Ávila Arnaldo

Arnaldo Ávila
1954

Obras escogidas del libro “Los Ángeles rotos de Nuestro Señor”
Premio Estatal de Cuento “Ermilo Abreu Gómez” 1991.



MARELLA

A Mirna Bonilla

Conocí a Nilvia la tarde de un sol ahogado en fuego de olas, la miré absorto desde el único muelle de la isla: Nilvia se revolvía suave en el viento, los botes iniciaban mar y Nilvia bailaba al compás de una música imaginaria, danzaba con el cuerpo involucrado en el ritmo de la marea. Mi adolescencia transcurrió entre playas que perdían distancias ante el avance del mar, gaviotas suspendidas sin agitar alas, pájaros quietos sobre la isla, caprichos de viento que friegan palmeras e inventan fantasmas en los cristales, y la presencia de Nilvia: cabellos enmarañados en huracanes invisibles, pies desnudos que pisan lunas secas en la playa; entonces en esa adolescencia, sentí a Nilvia desbordada de corales púrpuras a través de tactos que no era míos porque me encontraba aquí, porque permanezco y estaré aquí, inmóvil, observando evoluciones que se negaron en la niñez, imaginaciones privadas en esa infancia torpe; pero ahora aquí, Nilvia desemboca sueños reprimidos y puedo recorrer con los pies de ella, persuadirla con otros labios, y con lenguas prestadas y estos dedos inútiles palpar sus rincones de pez, puedo platicar con ella aún en su ausencia, hablar sin retos de distancias.
La casa de mi padre domina parte de la isla, puedo ver desde mi lugar los esqueletos vencidos de barcos que yacen entre arrecifes, y un poco más al sur, la casa de Nilvia formada con paredes de sal, de allí, veo a Nilvia emerger como bruma de mar, desde mi sitio camino con ella, sonríe, juguetea los hombros y corre ligera. El sol es íntegro en la isla. Nilvia escondida entre dunas. Nilvia avanza hacia mí. Paisaje de corales inmóviles. Gaviotas de picada contra las olas. Nilvia y el mar los únicos escapes. Océano compuesto de pequeños soles que acosan mi ribera. Ella acaricia mi frente con brisas escarlatas, tomo a Nilvia de las caderas, levanto sin prisas su vestido de niebla y descanso la mejilla en su sexo de escamas impenetrables; entonces lloro y Nilvia me toma del rostro mientras sus dedos recorren mis piernas inertes, grito con furia, y ella me consuela mostrándome un mar pleno de rastros iracundos y sueños esperanzadores.
Nilvia está de nuevo en la playa, permanece sentada mirando hacia mi ventana, la observo y estoy con ella en otro ser, la tomo del brazo y él le musita algo al oído, Nilvia sonríe y mira otra vez mi ventana, y los tres nos marchamos pensativos entre espumas, gaviotas y el oleaje que está ganando playa.



NOTA FORZADA

Hoy al despertar me observé en la medialuna del guardarropa, ese espejo que olvida los perfiles de mi imagen pasada y no hallé otro remedio que aceptar la evolución hacia la nueva figura. Mis líneas las miro aún inconclusas aunadas a mi poca voluntad que no osa truncar la marcha de esos estrictos renglones. Desde aquí veo impotente a esos enanos de plomo saltar sobre mis formas, construyendo con malévolo acento: palabras, enunciados de sus propias ideas. Desde aquí miro reunirse a estos gnomos metálicos para confabular, mentir, falsear y poder manipular los actos de aquellos que los tienen entre las manos. Ahora esos engendros de metal con significado dictan conductas a seguir, y no surge objeción por mi parte para difundir sus pensamientos. Esos dictados ajenos los intuyo recorriendo mis arterias, los ideo adueñándose de mi materia gris convirtiéndola en una amalgama de vocales y consonantes cuya coherencia crea ficciones que yo transmito sin el menor razonamiento a todo aquel que me toma. Esos pequeños manipuladores me han transformado en una materia que apenas alcanza a fabricar algunas ideas por sí misma. Desde el primer momento que los ví, supe de mi importancia ante ellos, formaban un bloque de ideas que no fui capaz de eludir, esos pensamientos fueron manejando a su antojo otras cosmovisiones, alterando los verdaderos sentidos, violando verdades para resucitarlas en sus verdades, reproduciendo en mi conciencia voces de autoridades a sus caprichos.
Estoy frente al espejo, aguardando a una potencial víctima, esperando lanzar una avanzada de párrafos que avasallen conciencias. Espero aquí, entre millares de letras, convertirme definitivamente en ese periódico que tú muy pronto leerás como yo lo hice alguna vez.



LA HUELLA DEL JAGUAR.

Permanezco en la arena resistiendo los últimos impulsos de la tormenta, cierro los ojos obligado por el sueño, duermo, al despertar el tiempo ha transcurrido sin prisas, antes de dormir el sol llegaba vertical en la playa, en estos instantes la claridad se consume con lentitud en la aguas. Me doy cuenta: el lugar obtiene el verdor de loros, todo es verde, incluso mis manos han adquirido el color de aquellos pájaros. La noche crece cuando la playa posee tortugas que anidan en las arenas, ovan y regresan al mar formando veredas de espuma. Recuerdo: la nave acorralada por viento y marea, el mástil despeñándose sobre la proa. Recuerdo: estamos aferrados a un pedazo de navío, miro los rostros de mis compañeros y comprendo su desesperación, los pies ausentes para el tacto, no sienten las escamas de los peces del mar. Recuerdo: los brazos hacen esfuerzos por alcanzar la orilla del horizonte. Es noche y mi cuerpo inerte no reacciona ante los impulsos de la voluntad, las olas se escuchan lejanas confundiendo los sonidos que me rodean. Amanece, nuevamente dormí, los ruidos retornan para formar laberintos en la playa, el mar es nuevo, el sol tiene los rayos suaves y verdes, mi puño encierra un objeto que no adivino, quiero disolver el amarre de los dedos sin conseguirlo, en eso escucho voces incomprensibles. Estoy de pie, alguien me sostiene y punza mis costillas, aturdido no distingo a los seres que han llegado con el alba. Comenzamos a caminar poco a poco la luz despeja brumas y resaltan a la vista el resplandor de los árboles, sólo el verdor acosa nuestros pasos, mi cuerpo ha tomado los tonos de la vegetación, oigo el cansancio de mis compañeros a través de respiraciones cortadas. La lluvia se precipita nuevamente y los truenos caen capturados en caracoles que llevan los guerreros, éstos soplan las conchas y el espacio es mar y brisa. Observo: la avanzada enemiga corta trecho con ligereza; son hombres tigres que olfatean el aire, husmean raíces sin temor y entre los relámpagos del vendaval avanzan sin temor, por la retaguardia algunos enanos de vestidos y plumajes multicolores recogen puntas de rayos, señalados anteriormente por los hombres felinos, y apaciguan el calor del relámpago con las manos. Los guerreros tigre toman las flechas enastadas con puntas de rayo y se abren camino, la lluvia opaca las cosas, es recia, y mi piel al mojarse se vuelve transparente, y es agua; igual que el mar y el rocío de estas tierra, los guerreros al percatarse de ello, sonríen mostrando sus dientes de esmeralda. Nuestros pasos concluyen en una ciudad de piedra en el momento que el sol se deshace en el cielo, todo queda de púrpura intenso, sólo los ídolos conservan el brillo húmedo de la selva. La gente nos rodea y sofoca, veo ancianos escupiendo humos contra nuestros cabellos, alargan las manos arrancándonos mechones de barbas, entonces, hombres jaguares hacen sonar troncos huecos y los caracoles sueltan ruidos prisioneros de la tormenta, pronto es silencio; de las estelas manchadas de sangre, se liberan dioses de piedra que plantan un árbol, otro dios surgido de la tierra lo arranca y lo divide en dos partes. Observo: mi piel ya no es transparente sino ha adquirido la opacidad de las rocas.
Semanas pasan sin que el sol se libere del influjo de la luna, situación que no permite distinguir la mañana de la noche, desde las jaulas de selva, donde permanecemos prisioneros, miro grupos de ancianos horadar sus lenguas y derraman la sangre en los dinteles situados en las esquinas del templo principal. Los enanos aúllan, escarban y descubren espejos ocultos en las cavernas de agua, el pueblo manifiesta su miedo escapando de los cristales, los hombres pequeños obligan a mirarnos en los espejos, mis compañeros no puede percatarse del cambio sin embargo, yo veo reflejar sus cuerpos con el corazón aflorando en los pechos, y los miro muertos con las carnes pútridas colgadas en las osamentas. El sacerdote y yo somos los únicos intactos, pero el conserva la identidad y yo casi mi pierdo en diferentes figuras de este sitio. El secreto del puño se revela, observo: un crucifijo sin Jesús y en su lugar yace clavada una serpiente de oro, en eso miro el sol coagulado de donde se desprende el jaguar de fuego, me habla y lo entiendo.
“Los míos ni miran espejos, ellos no encuentran imágenes, temen porque agonizan, es necesario cebar de sangre a la serpiente”.
El jaguar ante una mujer que hiende mis carnes, ella va formando dibujos extraños en mi cuerpo. El jaguar ordena; el sacerdote y yo somos libres, mientras nos alejamos, la ciudad va muriendo sin dejar rastros de existencia. Caminamos muchísimo y nos hallamos de nuevo frente al mar; sin embargo, siento necesidad de seguir las huellas del jaguar para retornar al pueblo perdido, me detengo y miro los ojos de mi amigo, él parece entender, lo abrazo, y parto confundiéndome entre los verdes, la lluvia y las piedras de este lugar.